jueves, 30 de mayo de 2013

8 de mayo de 2013, SILLADA DE GARCISANCHO

Querido Rodrigo,

Creo que ésta es la última de las crónicas en tu ausencia. A partir de ahora, y por lo que quede de curso, figurarás como uno más de los protagonistas del paseo de cada miércoles. Lo cual es estupendo para mí y tus otros amigos aunque me temo que no tanto para la calidad de estas letras: a la narrativa le suele venir bien un tanto de evocación y saudade.

A veces se hace difícil poner título a la excursión. Especialmente cuando no hay un destino final y único como en los viejos tiempos, cuando el objetivo de la salida consistía habitualmente en coronar una cumbre. Hoy hemos coronado la cumbre, es un decir, de Cabeza Mediana, pero el paseo se prolongó más allá, hasta otros bonitos parajes de la sierra, unos innominados y otros con nombre y hasta con apellido. Es el caso de la Sillada de Garcisancho, collado de "luenga y esplendente pradera" como prolijamente adjetiva Andrés Campos.

La luenga y esplendente pradera
De manera que he optado por titular la crónica de este paseo como "Sillada de Garcisancho" en vez de Cabeza Mediana y no solo por lo placentero del lugar sino por el regusto a leyenda antigua del nombre, por la evocación de gestas caballerosas o pastoriles. Para confirmar mi aventurada conjetura he acudido a diversas fuentes pero no he encontrado nada que la sostenga o la desmienta, así que permanece el misterio, bienvenido sea.

Lo del amigo Garcisancho está, más o menos, hacia la mitad del paseo circular de hoy, con el aparcamiento que hay junto al monumento al Guarda Forestal como punto de arranque y llegada. Allí estábamos a las 10 y media de la mañana para empezar a andar. Mejor diré que estaban Braulio, Ignacio, Gonzalo, Rafa y Pedro porque Salva y yo nos retrasamos unos minutos por el tráfico y por habernos detenido perezosamente antes en Rascafría a tomar un cafelito.


El día estaba perfecto para andar, con las proporciones justas de sol y nubes en el cielo y de aire fresquito y tibio. Así, cada cual se vistió a su sentir: mangas cortas o largas, camiseta o jersey, sombrero o frente descubierta. Que ya sabes que en esto del tiempo que hace, y desde que el gran almacén descubrió las estaciones - fusión, con aquello de la temporada primavera - verano u otoño - invierno, las modas en el vestir no tienen por qué ser uniformes. Por mi parte, sigo practicando en la fotografía el cambio del color en algunas prendas y, a lo mejor, promuevo nuevas gamas de colores para textiles de senderismo.


El piscolabis se celebró (nuestros piscolabis se celebran, no simplemente se ingieren) en las rocas que coronan Cabeza Mediana. Omito la referencia gráfica a unas antenas cercanas pues afean mucho el paisaje aunque acepto resignado algunas de las servidumbres impuestas por la civilización.

Desde esta cima se ofrece una de las más hermosas y completas vistas de las laderas sur de Peñalara y risco de los Claveles. Hoy intermitentemente ocultan sus cumbres bajo las nubes mientras se adornan con la muy abundante y obstinada nieve de este fin de invierno.

Peñalara y risco de los Claveles

Troncos viejos y piedras

En el tramo que va desde allí hasta el Cerrito Sarnoso abundan los esqueletos de pinos abatidos por la edad, el viento y la nieve. Muchos de los ejemplares vivos ostentan heridas y cicatrices fruto de la batalla cotidiana con la intemperie. Los vientos dominantes fuerzan y obligan a sus ramas a adoptar formas espléndidas, como de grandes bonsais -¡qué más quisieran éstos! Son, esos de allí, árboles de dura vida y arriesgadas costumbres como es la de plantar sus raíces entre rocas. Troncos viejos y piedras se mimetizan y funden. Árboles serios que se ganan la vida sin rodrigones o tutores, sin riego gota a gota, sin subvenciones a fondo perdido ni subsidios. Un rincón, signo de la vida entera, de la infancia a la vejez. ¡Y qué nobleza en todas sus etapas!   




En todo este tramo y excepto en el Cerrito Sarnoso, de exigente subida, el camino es gentil y hacedero, con suaves pendientes y trazado cierto. La imagen del pino y la roca siguen acompañando al grupo y alguien propone visitar pronto los pinos y rocas que ornan la cresta de Siete Picos, allá por entre el segundo y tercero según se miran y cuentan desde Majalasna.

Un camino hacedero



Cuando el rumbo se hace menos cierto se recurre a los abundantes recursos cartográficos, en papel y en bits. Ignacio y Gonzalo han logrado que ninguno de los mierconistas se sienta ajeno a la navegación y así, a falta de mesa de mapas, se utiliza la técnica de la democrática melé, en la que todos ven y todos  opinan.

La sillada de Garcisancho acoge el madrugador almuerzo. El camino de vuelta, todo él por pista carretera, se ameniza con el sonido de los muchos torrentes y regatos alumbrados allá arriba por la abundante nieve.

Al tiempo que llegamos al monumento al Guarda Forestal y después de algunos ratos de sol y cielos casi despejados, empieza a llover mansamente. Desde el extraordinario mirador, todo el valle de Lozoya se nos ofrece en veladuras de grises muy aptos para la despedida.

Ya mayor, tengo que decir que, a pesar de mis inclinaciones, hoy cambiaría las nostalgias de las brumas y los nubarrones por algo del calorcito, sol del trópico y ritmos caribeños que seguramente te han acompañado todo este tiempo. Así que, si no tienes inconveniente, tráete algo de eso para nuestra próxima salida.

Abrazos y te veo pronto. 

2 comentarios:

  1. Qué grandes crónicas. Parece como si el mismísimo Cervantes arrastrara su pluma por los caminos y escribiera con el sudor de su frente. Muchas gracias. Ignacio

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  2. ¡Cómo siento haberme perdido este paseo! ¡Qué sentido discurso el de la alusión a los árboles! Si te hubiera podido traer el calor del Trópico me lo hubieran agradecido los panas, deseosos y anhelantes por las lluvias que tardaron tanto en llegar. Como ves nunca no llueve o llueve al gusto de todos.
    Un abrazo,
    Rodrigo

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